En una escuela, quizás más
que en ningún otro tipo de organización, los resultados dependen de las
personas y de las interrelaciones entre las personas. Y en una escuela, al
igual que en cualquier organización, todas las actividades están estrechamente
vinculadas entre sí. Por eso, un movimiento hacia una mejor calidad del proceso
educativo requiere del involucramiento activo de todos los agentes implicados.
Entre estos agentes, los más
importantes son los que causan la calidad, es decir, el equipo docente.
Director y maestros tienen que compartir el propósito de mejorar la calidad,
comprender que esto requiere un cambio de actitudes.
Un principio fundamental de
la filosofía de la calidad es que las personas se desarrollan, se humanizan a
sí mismas y humanizan el trabajo cuando participan activa y colectivamente en
el mejoramiento de los procesos de trabajo.
Cuando una organización se
basa en el control de las personas que en ella trabajan para lograr eficiencia,
lo anterior no se logra. Se pretende controlar que las personas cumplan su
función específica. Así, en una organización tradicional, se controla que el
maestro asista, que llegue a tiempo, que esté en el salón, que planee su clase,
que explique exámenes y que muestre resultados. Pero cuando esto sucede, cada
trabajador se aísla en su función específica, y pierde tanto la capacidad como
el interés por el objetivo de la organización como un todo.
No son los docentes los
únicos integrantes de una escuela. Si bien son los agentes más importantes,
porque son los causantes de la calidad, una escuela debe convertirse en una
comunidad educativa en la que participen activamente alumnos, padres de familia
y miembros de la comunidad. La calidad educativa les concierne a todos.
Los resultados de una
organización dependen de las personas que trabajan en ella. Si se quieren
mejorar estos resultados, todos tienen que participar en el diseño y ejecución
de los procesos que lo hagan posible.
Los equipos deben
identificar el problema, conocer sus causas, diseñar soluciones, vigilar su
puesta en práctica, evaluar, evitar que se vuelvan a presentar situaciones que
conduzcan al proceso anterior, y buscar nuevas formas para lograr niveles aún
mayores de resultado.
La comunidad educativa no
está compuesta sólo de maestros. En ella participan los alumnos, los padres de
familia y la comunidad como un todo.
“Análisis de la práctica
educativa de los docentes pensamiento interacción y reflexión.”
La práctica educativa de los docentes es una actividad dinámica,
reflexiva, que comprende los acontecimientos ocurridos en la interacción entre
maestro y alumnos. No se limita al concepto de docencia, es decir, a los
procesos educativos que tienen lugar dentro del salón de clases, incluye la
intervención pedagógica ocurrida antes y después de los procesos interactivos
en el aula. En el presente trabajo, se proponen tres dimensiones para evaluar
la práctica educativa de los docentes: 1) el pensamiento didáctico del profesor
y la planificación de la enseñanza; 2) la interacción educativa dentro del
aula; y 3) la reflexión sobre los resultados alcanzados. La relación entre
estas tres dimensiones es interdependiente, es decir, cada una de ellas afecta
y es afectada por las otras, por lo cual resulta indispensable abordarlas de
manera integrada. La propuesta aquí desarrollada considera que los programas de
mejoramiento del trabajo docente deben abordarse a partir de la evaluación de
la práctica educativa, para después abordar la formación docente.
Las instituciones de enseñanza constituyen espacios donde se
llevan a cabo y se configuran las prácticas de los docentes; estos escenarios
son formadores de docentes, debido a que modelan sus formas de pensar, percibir
y actuar (De Lella, 1999). El impacto de esta influencia modeladora puede
observarse en el hecho de que las prácticas docentes dentro de una institución
determinada, presentan regularidades y continuidad a través del tiempo.
La práctica docente de acuerdo con De Lella (1999), se concibe
como la acción que el profesor desarrolla en el aula, especialmente referida al
proceso de enseñar, y se distingue de la práctica institucional global y la
práctica social del docente.
García–Cabrero, Loredo, Carranza, Figueroa, Arbesú, Monroy y Reyes
(2008), plantean la necesidad de distinguir entre la práctica docente
desarrollada en las aulas y una práctica más amplia, llevada a cabo por los
profesores en el contexto institucional, denominada práctica educativa. Esta
última se define como el conjunto de situaciones enmarcadas en el contexto
institucional y que influyen indirectamente en los procesos de enseñanza y
aprendizaje propiamente dichos; se refiere a cuestiones más allá de las
interacciones entre profesores y alumnos en el salón de clases, determinadas en
gran medida, por las lógicas de gestión y organización institucional del centro
educativo. Todo lo ocurrido dentro del aula, la complejidad de los procesos y
de las relaciones que en ella se generan, forma parte de la práctica docente,
en tanto que los factores contextuales, antes tratados como variables ajenas al
proceso de enseñanza y de aprendizaje, aquí se consideran parte de la práctica
educativa.
Por tanto, la práctica docente se concibe como el conjunto de
situaciones dentro del aula, que configuran el quehacer del profesor y de los
alumnos, en función de determinados objetivos de formación circunscritos al
conjunto de actuaciones que inciden directamente sobre el aprendizaje de los
alumnos.
Al respecto, Zabala (2002) señala que el análisis de la práctica
educativa debe realizarse a través de los acontecimientos que resultan de la
interacción maestro–alumnos y alumnos–alumnos. Para ello es necesario
considerar a la práctica educativa como una actividad dinámica, reflexiva, que
debe incluir la intervención pedagógica ocurrida antes y después de los
procesos interactivos en el aula. Esto significa que debe abarcar, tanto los
procesos de planeación docente, como los de evaluación de los resultados, por
ser parte inseparable de la actuación docente.
En esta misma línea de ideas, Coll y Solé (2002) señalan que el
análisis de la práctica educativa debe comprender el análisis de la
interactividad y de los mecanismos de influencia educativa, por ejemplo cómo aprenden los alumnos gracias a
la ayuda del profesor.
El concepto de interactividad constituye una de las ideas clave
de Coll y Solé (2002). Alude al despliegue de acciones que el profesor y los
alumnos realizan antes, durante y después de la situación didáctica, y enfatiza
el conjunto de aspectos que el profesor toma en cuenta antes de iniciar una
clase. El concepto de interactividad incluye lo sucedido en el contexto del
salón de clase, donde interactúan el profesor, los alumnos y el contenido,
actividad a la que los autores se refieren como el triángulo interactivo.
Por su parte, Colomina, Onrubia y Rochera (2001), señalan que en
vista de que el estudio de la práctica educativa debe incluir las actuaciones
del profesor antes de iniciar su clase, es necesario contemplar el pensamiento
que tiene respecto al tipo de alumno que va a atender, sus expectativas acerca
del curso, sus concepciones acerca del aprendizaje, las diversas estrategias
que puede instrumentar, los recursos materiales que habrá de disponer, su lugar
dentro de la institución, lo que piensa que la institución espera de él, etc.
Los autores indican que la interactividad supone considerar también las
situaciones surgidas después de clase, por ejemplo los resultados de
aprendizaje y el tipo de productos generados en el alumno como consecuencia, tanto
de su actividad cognitiva y social, como de las acciones del profesor para que
ello ocurra.
También supone el abordaje de las tareas y actividades
desarrolladas durante el proceso de enseñanza y de aprendizaje dentro del aula,
que en teoría tienen una estrecha relación con las actividades
preinstruccionales, contempladas durante la fase preactiva o de planificación
didáctica. En suma, este concepto abarca todo el despliegue de acciones
requeridas para cumplir con los propósitos formativos de la institución
escolar.
Para comprender a cabalidad esta distinción entre práctica docente
y práctica educativa, es importante considerar el señalamiento de Doyle (1986).
Para este autor, la práctica docente (la enseñanza que ocurre en el aula) es
multidimensional por los diversos acontecimientos simultáneos que en ella
ocurren. La enseñanza se caracteriza también por su inmediatez, dado que los
acontecimientos ocurren con una rapidez extrema y en muchas ocasiones son
difíciles de entender, de controlar y de dirigir. Finalmente, es imprevisible,
ya que ocurren situaciones que sin estar previstas, dan un giro a la clase que
sale de lo estimado, lo que resulta favorable en algunas ocasiones. En suma,
Doyle enfatiza la complejidad del análisis de la práctica docente del profesor,
que básicamente hace referencia al quehacer de éste en el aula.
Esta caracterización permite reconocer que el estudio de la
práctica educativa y su evaluación entrañan un reto formidable (Arbesú y Piña,
2004; García–Cabrero y Navarro 2001; García–Cabrero y Espíndola, 2004; Reyes,
2004). Por tanto, es preciso construir y plantear, de inicio, un conjunto de
ejes que puedan configurar la evaluación de dicha práctica.
En el contexto de esta discusión, cabe señalar que la distinción
entre práctica educativa y práctica docente es esencialmente de carácter
conceptual, ya que estos procesos se influyen mutuamente. De acuerdo con
Schoenfeld (1998), los procesos que ocurren previamente a la acción didáctica
dentro del aula, por ejemplo la planeación o el pensamiento didáctico del
profesor, se actualizan constantemente durante la interacción con los propios
contenidos, así como con los alumnos, a través de la exposición de temas,
discusiones o debates.
Una situación típica dentro del aula puede servir como ejemplo
para ilustrar esta constante interacción entre el antes, durante y después de
la práctica educativa: Un profesor planifica cierta actividad didáctica,
entonces se percata de que no resulta adecuada en su contexto de enseñanza, sea
porque los alumnos no se sienten motivados por ella, o porque les resulta
demasiado difícil y tomaría más tiempo del planificado; el profesor entonces,
actualiza sus planes, por tanto, modifica sus pensamientos acerca de sus
expectativas y metas y da por terminada la actividad e/o introduce una, que de
acuerdo con su experiencia, pueda resultar mejor para los alumnos y para los
contenidos particulares que aborda.
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